¡Oh Inmaculada Virgen-María!, con mi hermanos Duns Escoto yo me dirijo a ti en humilde oración: “Concédeme alabarte, oh Virgen Santísima, y dame fuerza contra tus enemigos”.
A decir verdad, no es posible hablar de cosas celestiales con el lenguaje humana y san Pablo afirma con razón que “el hombre no ha imaginado nunca que lo que Dios ha preparado…” 1 Cor 2,9.
Así pues, ¿cómo podemos entender y expresar lo que Dios ha preparado en tí y por medio de tí?
I. ¿Con qué fin vivimos en la Tierra?
“El corazón del hombre está inquieto hasta que descanse en tí, oh Dios”, confiesa San Agustín, después de haber buscado durante mucho tiempo e inútilmente la felicidad fuera de Dios. Todos probamos, por experiencia personal, que no nos puede bastar algo limitado. Sólo Dios, pues, puede ser nuestro fin. Conocer a Dios, amarlo, tenerlo, unirse a Él, transformarse en cierto modo en Él, divinizarse, llegar a ser el Hombre-Dios. Y dado que Dios es infinito, la criatura no lo alcanzará nunca (en la eternidad). (¿Cómo llegar a ser Espíritu?).
II. El justo cae hasta siete veces (Pr 24, 16)
Viene al mundo la Inmaculada, la criatura sin mancha de pecado, obra maestra salida de las manos divinas, la Llena de gracia. Dios Uno y Trino mira la bajeza (es decir, la humildad, el fundamento de todas las virtudes presentes en Ella) de su sierva y “Aquel que es Onmipotente” hace en Ella “grandes cosas” (Lc 1, 49). Dios Padre le confía como hijo a su propio Hijo, Dios Hijo baja a su vientre, mientras el Espíritu Santo plasma el cuerpo de Jesús en el vientre de la Virgen Purísima. “Y el Verbo se hizo hombre” Jn 1, 14. La Inmaculada se convierte en Madre de Dios: Cristo, Hombre-Dios, es el fruto del amor de Dios Uno y Trino y de María Inmaculada.
III. A Imitación de este primer Hijo de Dios; del Hombre-Dios infinito, deben formarse de ahora en adelante los hijos de Dios: reproduciendo la imagen de Hombre-Dios, imitando a Cristo Señor, las lamas tenderás a la santidad; cuanto más exactamente uno reproduce en sí mismo la imagen de Cristo, tanto más se acerca a la divinidad, se diviniza, se hace hombre-Dios (son lo esponsales del alma con Cristo, gracias a la semejanza y a la acción divina).
Por lo tanto, quien no quiere a María Inmaculada por Madre, tampoco tendrá a Cristo por Hermano, Dios Padre no le enviará al Hijo, el Hijo no bajará a su alma, el Espíritu Santo no formará con sus propias gracias el cuerpo místico según el modelo de Cristo, ya que todo ello sucede en María Inmaculada, llena de gracia, y únicamente en María. Ninguna otra criatura, en efecto, es o será inmaculada no llena de gracia, y por eso no es idónea para que “…el Señor sea con ella” (Lc 1,28) de una manera tan íntima como es con la Virgen Inmaculada. Y así como el primogénito, el Hombre -Dios, no fue concebido, sino después de obtener el asentimiento explícito de la Virgen, así también ocurre con las demás criaturas humanas, que deben imitar en todo a su Prototipo.
En el vientre de María el alma debe renacer según la forma de Jesucristo. Ella debe alimentar el almo con la leche de su gracia, formarla delicadamente y educarla, así como alimentó, formó y educó a Jesús. En su regazo el alma debe aprender a conocer y amar a Jesús. Del corazón de María debe tomar el amor a Él, más aún, amarlo con su corazón hasta llegar a ser semejante a Él a través del amor.
El diablo sabe que éste es el único camino y que toda gracia llega al alma por medio de la Inmaculada; por ello hace lo posible para desviar el alma de ese camino, insinúa la soberbia.
¿Cómo consagrarse…?
Niepokalanów, 1940, San Maximiliano María Kolbe