Roma, 6 – Abril- 1914
¡Alabado sea Jesucristo!
Queridísima mamá:
Hoy, fiesta de Pascua, aunque por la lejanía no puedo compartir contigo el tradicional huevo bendito (según nuestra costumbre), puedo hacer al menos lo que viene a continuación de ese gesto, es decir, enviarte unas palabras de felicitación. No quiero desearte ni salud, no éxito. ¿Por qué? Pues porque te deseo, querida mamá, algo más hermoso, algo tan bueno que nadie, ni el mismo Dios[1], podría desearte nada mejor.
“Que en ti, mamá, se cumpla en todo la voluntad de Dios, que es el mejor de todos los padres; y que tú puedas cumplir en todo su voluntad”. Es lo mejor que puedo desearte. Ni siquiera el Señor podría desear para ti, mamá, nada mejor.
En cuanto a mí, el tiempo pasa con la velocidad de un relámpago.
No escribo mucho, porque en realidad no tengo tiempo, y además porque el P. Vicario General (Domingo Tavani) ha recomendado que la correspondencia no sea demasiado intensa.
En esta temporada no ha habido nada importante, salvo lo siguiente: faltó poco para que perdiera un dedo (el pulgar) de la mano derecha. Se me había formado una especie de absceso. A pesar de los cuidados del médico del colegio, seguía saliendo pus. En un momento dado, el médico constató que el hueso mismo empezaba a lesionarse; era necesaria una pequeña intervención quirúrgica para rasparlo. Al oírlo, dije que poseía una medicina mucho mejor. En efecto, había recibido del P. Rector (Luis Bondini) un poco de agua milagrosa de Lourdes. Mientras me la daba me había hablado también de una curación suya prodigiosa. A la edad de doce años se le había infectado un pie; la gangrena iba afectando muy lentamente un hueso de la planta del pie y el dolor no le dejaba dormir: a veces gritaba de dolor. Era preciso amputarle el pue. Una tarde tenían que reunirse los médicos en consulta. Su madre, observando lo que pasaba, con un gesto desesperado adoptó una terapia completamente nueva; tiró las vendas que cubrían el pie, lo lavó con jabón y lo enjuagó con el agua milagrosa de Lourdes. El P. Rector, por primera vez en mucho tiempo se quedó dormido. Quince minutos más tarde se despertó; estaba curado. El milagro era evidente; pero el médico, incrédulo, se esforzaba en explicar el hecho de otra forma. Sin embargo, cuando unos días después de separó del pie un pedazo de hueso podrido, el médico se dio cuenta de que se encontraba ante un hecho extraordinario: el hueso efectivamente estaba afectado de gangrena, pero se había separado y había salido milagrosamente. A continuación, el médico se convirtió y se comprometió a construir una iglesia a sus expensas.
El P. Rector, después de la aplicación del agua milagrosa, estaba verdaderamente curado y podía andar, pero no podía calzar el zapato a causa de la excrecencia que le había quedado. Sim embargo, una vez que el hueso podrido se hubo separado, todo volvió a la normalidad.
Pues bien, nuestro médico, habiendo sabido que yo tenía agua de Lourdes, me la aplicó el mismo con alegría. ¿Y qué sucedió? A la mañana siguiente, en lugar de hablarme de operarme el hueso, el cirujano del hospital me comunicó que no era necesario hacer nada más. Después de varias medicaciones estaba completamente curado, Gloria, pues, al Señor Dios y a la Inmaculada.
Pidiendo fervientemente una oración, el hijo siempre agradecido.
Fr. Maximiliano
[1] Normalmente –como suele hacerse en Polonia- el Padre Maximiliano acompaña el nombre de “Dios” con la expresión “El Señor”: Pan Bóg, el Señor Dios.