La personalidad de San Francisco de Asís era absolutamente atractiva. La vida le entusiasmaba y, por eso, incluso como un joven, era capaz de atraer a otros y de relacionarse con ellos de una forma intensa y gozosa, incluso antes de su, así llamada, conversión. Pero, como ha sucedido con muchas otras figuras de santidad, la Gracia construye sobre la naturaleza. Esa alegría que lo definía tan bien, era el resultado de su sentido de conexión con el Dios de Jesucristo, el Hijo de María. La Trinidad y la Virgen eran sus grandes Amores. Esto sigue imperando en nuestra Orden, que nació y se desarrolló bajo la protección especial de la Bienaventurada Virgen y, por tanto, cada obra de la fraternidad es vivida al servicio de la Iglesia de Dios, para que se extienda el Reino de Cristo en la tierra, sobre todo bajo la guía de la Inmaculada. Así lo establecen nuestras Constituciones.
Por esto, la alegría es el sello del testimonio franciscano y, junto a la libertad, son las grandes marcas de la espiritualidad franciscana. Vividas a fondo, estas dos -libertad y alegría- ponen al mundo de cabeza. ¿Y acaso no fueron ellas las que posibilitaron el SÍ de María en Nazaret?
La naturaleza de San Francisco era muy sociable, especialmente tras la experiencia en Spoleto. En esa localidad, en sueños, Francisco ve claramente que debe luchar por otro tipo de ideales, abandonar la violencia, la guerra y la mundanidad, y descubrir lo que Dios tenía reservado para él en la vida. Sus contemporáneos y amigos quedaron impresionados por el cambio. Era el mismo pero su transformación era pasmosa. Su alegría era diferente e, incluso, extravagante, pero no absurda. De hecho, esa alegría encantadora que hundía en Dios sus raíces, era tan contagiosa que hombres y mujeres empezaron a querer vivir como él vivía; es decir, sin nada propio, castamente y obedeciendo el Evangelio de Jesús.
Francisco iba desarrollándose en su espiritualidad, se encontró de una manera diversa con la jerarquía, presidía las grandes reuniones de los Hermanos, trabajó con esfuerzo por resolver conflictos y también conoció tanto el sufrimiento corporal como el psicológico, cuando enfrentó el dolor de las pérdidas; pero consta que no perdió el profundo sentido de la alegría. Con ese gozo, “desde dentro”, enfrentó el pecado del mundo. Allí donde muchos sucumben ante la frustración y la amargura, Francisco simplemente predicaba la necesidad de un cambio (la vida en penitencia, lo llamaba él) y así logró influir en muchísimas vidas, invitando a la transformación pero de un modo alegre, comunicando el Amor de Cristo y permitiendo que las personas se regocijaran, espontáneamente, cuando constataban la presencia de Dios en sus propias vidas.
Él escogió cultivar el fuego de la Divina Presencia; escogió vivir alegremente, pues la Alegría que descubrió junto a Cristo moldeó su humanidad. No podía ser diferente: esa es la nota del mensaje cristiano y el gran motivo que recorre las páginas del Evangelio. A cada miembro de la Milicia, Cristo le dice: «les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea completa» (Juan 15, 11).
La alegría que palpita en el corazón del Evangelio brota de la esperanza en que la Buena Nueva de Jesús cae en los corazones sencillos y allí se hace real, se hace vida y se hace carne. Y nuestro amado San Francisco descubrió eso en la figura de Santa María, en los diversos misterios del Señor. Eso también lo entusiasmó a él y a los seguidores de la primera hora. Por eso, dicen nuestros Documentos de la Orden de Frailes Menores Conventuales: “en continuidad con el carisma original y la tradición de la Orden, la devoción a la gloriosa y beatísima Madre María, Virgen hecha Iglesia, se ha desarrollado a través del pensamiento y la santidad de hermanos como Antonio, Buenaventura, Duns Scoto, José de Cupertino y Francisco Antonio Fasani, y en la consagración incondicional a la Inmaculada de Maximiliano Kolbe ha encontrado una forma concreta de apertura a los nuevos desafíos misioneros, escuchando al Espíritu Santo y los signos de los tiempos” (Constituciones 1, 7).
Concluimos por ahora, pero ya tenemos a la vista, al momento en que esto escribo, la inmensa Alegría de la Pascua, el recuerdo de la Encarnación del Señor en el vientre de María y la dulce esperanza que haber conocido a Jesús le causa a todo Mílite. No existe nadie que sea mujer u hombre de esperanza que se deprima y no hay nadie, verdaderamente alegre, que haya perdido del todo la esperanza. Paz y Bien y hasta la próxima.
Escrito por: Fray Timoteo de María, Ofm Conv