Intención de oración para el mes de Julio 2024

Intención de oración para el mes de Julio 2024

Para que el Espíritu Santo, dador de todos los dones, nos haga capaces de transformar el mundo entero.

A un mes de haber celebrado en la iglesia este gran misterio, la solemnidad de Pentecostés seguimos caminando llenos del Espíritu Santo que se renovó y se renueva constantemente en nuestras vidas y actualiza nuestra misión de anunciar la Buena Nueva.

En el Símbolo Niceno constantinopolitano profesamos que es “Señor y Dador de vida”, y es así, es el aliento de Dios que nos renueva y nos da nueva vida, una vida que no perece, que no es efímera, sino una vida perdurable y sobre todo, una vida eterna, Dios por medios de su Espíritu Santo nos hace partícipede vida divina y nos incorpora en su eternidad.

Nos enseña el catecismo que el primer Don que el Espíritu Santo infunde en nosotros el don del amor: «"Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5)»(CCE 733). Entonces somos desde el principio colmados de su amor, ese mismo amor que nos mueve a buscarlo y a corresponder a su amor infinito.

La Virgen María fue una mujer privilegiada en experimentar la plenitud de este amor y ser la llena de gracia, el mismo Espíritu Santo hace morada en ella, como dice Sana Maximiliano: «Desde el primer instante de su existencia el Dador de las gracias, el Espíritu Santo, estableció su propia morada en su alma». (EK 1224), fue el mismo Espíritu que la capacitó para ser la madre de Dios, haciendo de ella la llena de gracia, envuelta en su amor.

En el catecismo nos enseña que el don del amor es el principio de la vida nueva en Cristo. «Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8)». (CCE 735) y este principio es una fuerza, una potencia que nos impulsa a vivir en el amor y desde el amor, plasmadas en actos de caridad, ese amor se debe visualizar en acciones concretas, por eso el amor a Dios no puede entenderse aislado del amor al prójimo.

Este Espíritu, que procede del Padre y del Hijo, es la promesa que Jesús nos dejó en el momento de su ascensión, cuando volvía a su gloria, a la diestra del Padre, es la que nos anima y nos acompañe en nuestro caminar, es la que nos conduce a la verdad y nos santificaEl Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres».(CCE 747).

Nosotros estamos llamados a dar frutos, y frutos en abundancia, los dones y la gracia que Dios nos da son para dar frutos. «Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto». Y sabemos cuáles son los frutos del Espíritu? Pues bien en la carta a los Gálatas y en el catecismo nos que: «El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25)» (CCCE 736).

Él Espíritu Santo nos revela la voluntad del Padre y nos capacita para vivir según los designios del Dios, de este modo la gracia de Dios nos acompañe en nuestro caminar, así lo Hizo en María de un modo mucho más perfecto, al que todo anhelamos alcanzar, por nadie como ella ha tenido tal experiencia del Espíritu Santo como lo fue la Madre de Dios, «En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo» (CCE 723)

Que los dones que Dios nos regaló por medio de su Espíritu Santo, los lleve a dar muchos frutos y de este modo seamos transformadores en el mundo, y construyamos juntos una sociedad donde reine la justicia y el amor, que nunca nos sintamos vencidos ni cansador pues tenemos al Paráclito que nos anima y nos acompaña.

¡Paz y bien!

Fray Roberto Peralta, OFM Conv.

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