Para que la Navidad, vivida a la manera de san Francisco de Asís, nos lleve al gozo verdadero que nace de la contemplación del Misterio de la Encarnación.
La gran familia cristiana celebra con gran alegría este acontecimiento del natalicio del Niño Dios, que revela en sí mismo el misterio de la Encarnación. Recordemos que san Francisco fue el primero en celebrar este misterio, recreando el acontecimiento en Greccio, realizando el primer pesebre viviente y celebrando la Eucaristía, pues en su corazón siempre sentía gran alegría cuando se acercaba esta fecha y a eso hace mención San Maximiliano en sus escritos refiriéndose así de san Francisco: «El día de Navidad era siempre para él un día de particular alegría» (EK 1020) y agrega el anhelo que el Seráfico tenía en su corazón «Desearía también que en aquel día solemne ¡todos los ricos de este mundo acogieran a los pobres en su mesa!» (EK 1020). Para el santo, el amor a Dios y el amor al prójimo no están separados, pues quien celebra con gozo en el corazón el misterio de la Encarnación, el Verbo hecho carne y que habitó entre nosotros, nos debe conducir a corresponder ese amor divino y comunicarlo por medio de las obrar, especialmente con los que más necesitan. Cuando nos dejamos mover por la virtud de la caridad, comunicamos a los demás al mismo Dios, así el prójimo se encuentra con el rostro misericordioso de Dios, de un Dios vivo y verdadero, y al mismo tiempo, nosotros descubrimos el rostro pobre y crucificado de Dios, este Cristo que habita en cada hermano.
El P. Kolbe nos recuerda la experiencia espiritual de San Francisco y su gran deseo de celebrar la Navidad con su amigo Juan y poder ver y contemplar al Niño Dios acostado en el pesebre de Belén, en el acto más sublime de Dios, que por amor a la humanidad, se hizo pequeño y fue capaz de someterse al desprecio, asumiendo la condición de pobreza, «¡Ojalá al menos una vez pudiera ver con mis ojos cómo el Divino Niño descansó en el establo, cómo el Señor se sometió al desprecio y a la extrema pobreza por amor nuestro!» (EK 1020). Es la expresión más concreta de la acción keniótica de Dios, que consiste en anonadarse así mismo, renunciando a su gloria y asumiendo nuestra condición humana, para redimirnos y darnos la salvación.
Nos recuerda el santo que cuando San Francisco ante la proclamación del Evangelio, cada vez que pronunciaba el nombre de Jesús, se llenaba de gozo y su rostro reflejaba y comunicaba una fascinación llena de gracia. «Cuando pronunciaba el Nombre de Jesús, la llama interior de su corazón le ponía en sus labios las palabras: “El Niño de Belén”: y esta expresión adquiría en sus labios una fascinación extraordinaria» (EK 2020).
En este mes el santo nos invita a reflexionar ¿cómo celebramos nosotros la navidad?, ¿realmente lo vivimos como un acontecimiento que nos trasciende y nos encontramos son nuestro Dios?, ¿Celebramos realmente este Gran misterio de nuestra fe? ¿es Cristo verdaderamente el centro de nuestra celebración?, ¿Participas de la misa de Noche buena o te importa más la ropa nueva, la cena y las vanidades? ¿O nuestra fiesta ha excluido a Jesús y ha sido cargada de signos y gestos vacíos que nada tiene que ver con nuestra fe?
En memoria de aquel que fuera el primer Belén y primera misa de Noche buena, que el Espíritu Santo suscitó en corazón de San Francisco, nos mueva y motive a nosotros a querer contemplar al Niño que nace en Belén.
Como dice San Maximiliano, refiriéndose a la Inmaculada en el pesebre: «Tú bien sabías quién era aquel Niño, ya que por los Profetas habían hablado de Él, y tú los entendías mejor que todos los fariseos y los estudiosos de la Sgda. Escritura» (EK 1236). Sólo con la gracia de Dios, que nos otorga por medio de su Espíritu Santo, es posible reconocer al Salvador, acostado en el pesebre, de la forma más humilde y vulnerable, es este el Dios que ha nacido para nuestra salvación, solo el que tiene el corazón dispuesto puede acoger la Buena Nueva.
Que este gran acontecimiento nos traiga frutos de paz, amor y fraternidad, y que seamos agradecidos infinitamente con nuestro Dios, dando gloria a su Nombre.
¡Feliz Navidad!
Paz y bien.
Fray Erit Roberto Peralta Mercado, ofm Conv