Loreto, Italia, 14.07.2024
Encuentro regional de la M.I. en Las Marcas
Estoy muy agradecido por vuestra invitación y es un gozo muy grande para mí poder participar este domingo en la “Jornada del Recuerdo”, organizada por la M.I. regional de Las Marcas y que conmemora la visita que hizo al Santuario de san Maximiliano, justo un 14 de julio de hace 105 años. Ese mismo día, en Francia, al día siguiente de la firma del Tratado de Paz, Georges Clemenceau organizó el Desfile de la Victoria. Pero san Maximiliano, antes de emprender la vuelta a Polonia el 23 de julio, el 14 de julio de 1919 peregrinó a la Santa Casa y, como consta en su registro diario de misas, celebró una Eucaristía votiva a la Bienaventurada Virgen María en el altar interior de la Sancta Domus. ¿Con qué intención? “Pro gratiarum actione praesertim pro gratia Imm. Conc.", es decir: “en agradecimiento por la gracia de la Inmaculada Concepción de María”.
Sí, san Maximiliano peregrinó a Loreto para dar gracias, en especial, gracias por la Inmaculada Concepción de la Virgen María, gracias por su estancia de siete años en Italia, que concluía ahora, disponiéndose a regresar a Polonia, a Cracovia. Gracias por su vocación franciscana y sus votos religiosos, gracias por su formación y estudios, gracias por su sacerdocio… Gracias por la Milicia de la Inmaculada, que todavía era una “pía” y “pequeña” unión, formalizada no hacía dos años. Y gracias, seguramente, por su familia carnal: sus padres – por su madre tan querida, a pesar de la distancia, y por el padre terrenal ya fallecido – precisamente unos días antes, Maximiliano había celebrado una misa en intención de su alma. Gracias por sus dos hermanos que seguían en vida, Francisco y Alfonso. Gracias por los dos hermanos que les habían precedido en la Casa del Padre: Antonio y Valentín.
Gratitud. Gracias. Agradecer. Agradecimiento… Son palabras que encarnan una actitud, pero que necesitan ser expresadas. Para que no suenen falsas, tienen que ser sinceras; sinceridad que nace de la humildad, que es capaz de reconocer y gozar el don, la gratuidad. Y, como palabras que son también, estas tienen que ser dirigidas a alguien: el que las merece. En primer lugar, pues, damos gracias a Dios, que es origen de todo nuestro bien natural y sobrenatural, especialmente, la misma gracia, que nos hace gratos, que nos hace partícipes de la vida divina. Si la creación fue ex nihilo, de la superabundancia del amor de Dios, la salvación le costó a Nuestro Señor su propia vida en la Cruz.
Y nosotros, los católicos, los mílites, tenemos un título adicional para dar siempre gracias: María. San Maximiliano vivió en ese agradecimiento toda su vida. Aquí, en Loreto, fue un paso más, como un engarce o eslabón entre su vida en Italia juvenil, estudiantil, recién ordenado sacerdote, y su vida adulta, apostólica, al servicio de la Iglesia y de la Inmaculada; primero en Polonia, luego en Japón, para volver a Polonia y dar su vida en Auschwitz. Pues bien, aquí, allí, en todas partes, san Maximiliano quiso devolver el amor que recibía, puesto que amor con amor se paga, se agradece. Como la Inmaculada vivió toda su vida, desde su concepción, en un místico agradecimiento, incluso en el dolor absoluto de la Cruz, san Maximiliano vivió agradecido siempre, o casi siempre, desde su infancia, hasta aquella Celda del Hambre: durante dos semanas, alabando y agradeciendo.
El agradecimiento, como vemos en María, en san Maximiliano adquiere diversas formas, pues no sólo se “dice”, sino sobre todo se traduce en el servicio: en un servicio agradecido que no espera otro “gracias” para seguir sirviendo, sino que agradece el mismo poder servir. Este es el “gracias” oculto, atento, efectivo, el gracias del cuarto personaje que entra en escena aquí, en este Santuario, en esta Santa Casa. Ya os imagináis que me refiero a San José, a quien me gusta llamar el “protomílite”.
Y en este servicio agradecido entramos todos nosotros, pero especialmente los mílites. ¿No es una gracia especial nuestra consagración a la Inmaculada? ¿Cómo le agradecemos a nuestra querida Madre habernos admitido, inmerecidamente, en su Milicia? ¿Cómo expresamos sinceramente este agradecimiento? ¿Cómo vivimos nuestra consagración a la Inmaculada, en el día a día, en casa, en el trabajo, como asociación?
Aquí, en Loreto, podéis tocar y besar las piedras tan elocuentes de la misma Casa de Nazaret: y "si ellos callan, gritarán las piedras" (Lc 19, 40).
¿Qué nos enseñan estas piedras? Si las contemplamos con fe, si escuchamos el eco de los diálogos y de las obras que se realizaron aquí dentro, podremos aprender tantas cosas.
A servir a y no confundir ese servicio con un deber que se debe esperar de nuestros hermanos, aunque lamentablemente, en ciertas situaciones así es, en las que mandamos y exigimos que se hagan las cosas como yo quiero, siendo esta una mentalidad propia de nuestros tiempos en todos los ámbitos.
Pero volvamos a Nazaret, a esta Santa Casa, construida con piedras sostenidas, cimentadas en el agradecimiento, en el fiat de María y de José, que formó la Sagrada Familia, habitante de este hogar. En el día de hoy vamos a aprovechar para acercarnos a esta casa con “nuestro” santo, san Maximiliano.
Si repasamos los escritos y la vida de san Maximiliano comprobamos, en efecto, que su devoción a la Sagrada Familia, a Jesús, José y María, bebe de una arraigada tradición eclesial, aunque no siempre san Maximiliano lo explicite. En todo caso, es en su madre Marianna Dabrowska Kolbe donde descubre la maternidad de la Madre Celestial. Y es el testimonio de su propio padre, Juliusz [Julio] Kolbe, el que le introducirá vitalmente en la escuela de San José. Así, sabemos que, de niño, san Maximiliano asistía a misa diariamente con sus padres en la ciudad de Pabianice, en Polonia. Acompañar a sus padres a la iglesia era como si la Madre de Dios y San José fueran con él. Siendo un joven novicio franciscano, en sus Ejercicios Espirituales de 1912 en Cracovia, antes de partir a Roma para sus estudios tan decisivos para todos nosotros, se puso bajo la protección de San José, junto a la del Corazón de Jesús, de la Santísima Virgen y de san Francisco. Dicho sea de paso, aunque no son tan conocidas, encontramos también interesantes referencias a San José en las anotaciones de su diario espiritual. Por ejemplo, el 15 de enero de 1918 se autoexhorta: “cumple bien tus deberes. Imita a San José; defiende a la santa Iglesia y al Papa, según tus posibilidades” (EK 987 B). En la fiesta de San José de aquel año consigna que es “fiesta de precepto” (EK 988 A). Unas semanas después, el 17 de abril reconoce que “S. José manda a la Sma. Virgen y a Jesús casi orando” (EK 987 C). Al año siguiente, el 18 de febrero apunta: “San José, con excepción de la Madrecita, está por encima de todos los santos” (EK 987 F). Maximiliano conocía bien los clásicos testimonios de los santos sobre la eficacia de San José, como el de la castellana Teresa de Ávila, que no había rogado nunca inútilmente al humilde Carpintero (EK 987 G). El 11 de marzo de 1919 simplemente se dirige a él con confianza: “San José, ruega por mí” (EK 987 G). Ya vuelto a Cracovia, en la fiesta de San José de 1920, reconoce que “S. José es un Patrono válido” (EK 987 I).
Para san Maximiliano María Kolbe, la esencia de la santidad, en la que sobresalen la Inmaculada y San José, la que aprendemos aquí, en Nazaret, es cumplir lo más perfectamente la voluntad de Dios, según el mismo modelo de Cristo. Cumplir esta voluntad divina de forma perfecta, con obediencia sobrenatural, es, en realidad, lo que al comienzo de esta reflexión he querido llamar agradecimiento, un agradecimiento total. Así, en una conferencia dada en Niepokalanów a sus frailes, de 28 de agosto de 1933, san Maximiliano les enseña que:
Los santos no hicieron otra cosa que reproducir la vida de Jesús. Cuando mejor refleja una persona en sí la imagen del Salvador, tanto mayor es su santificación. Por eso la imitación de Jesús es nuestra tarea. Jesús, durante treinta años, llevó una vida oculta y obedeció a su Santísima Madre y a San José (Lc 2,51). Cuando San José falleció y quedó la Madre Santísima, Jesús le fue obediente.
No temamos, nos dirá el padre Kolbe, cumplir con “la voluntad de la Inmaculada”. No tengamos miedo, añado yo, de cumplir “la voluntad de José” sí, al igual que su esposa María y su hijo Jesús, su casto querer está adherido íntima y plenamente a la voluntad de Dios, que es infinita e infalible. Este es el mismo camino, el de la obediencia que siguió Jesús, obediente al Padre hasta la Cruz, pero también, durante treinta años fue obediente a la Santísima Madre y a San José (según predicó san Maximiliano en una homilía en Niepokalanów el 18 de abril de 1937).
Si me permitís, ahora me gustaría compartir con vosotros algunos textos de los escritos de San Maximiliano que se refieren a esta Casa, por si nos pueden ayudar en nuestro camino de conversión, en nuestro agradecimiento.
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El primero (EK 1113 – Pobrecillos... Rycerz Niepokalanej, I 1926, p. 2-7)
(…) Ninguna criatura finita, pues, y tampoco todas las criaturas juntas pueden ofrecer una satisfacción infinita. Dios, y sólo Dios infinito, puede satisfacer de manera infinita. Y sucede algo inconcebible. Dios se rebaja hasta la criatura, se hace Hombre para redimirlo y para enseñarle la humildad, el silencio, la obediencia, la verdad. Para que los hombres puedan reconocerlo, escoge a un hombre, Abrahán, y rodea su descendencia de una protección especial; para que no pierda la fe en el verdadero Dios, suscita en ella a los Profetas, que anuncian de antemano el momento de su venida, el lugar y los particulares de su vida, muerte y resurrección. Vino a un pobre pesebre, habitó en una casa humilde, durante treinta años estuvo sometido en la humildad, enseñó una manera de vivir, acogió benévolamente a los pecadores que hacían penitencia, reprendió a los fariseos hipócritas y finalmente fue colgado en el árbol de la Cruz, realizando de tal manera las profecías. El hombre fue redimido. Cristo Jesús resucitó, edificó su Iglesia sobre la piedra, Pedro, y prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella. [cfr. Mt 16,18]
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El segundo (EK 757 - A los hermanos japoneses de Nagasaki, Niepokalanów, 4 XI 1937):
¡María! Mis queridos hijos:
La Inmaculada les recompense generosamente por las fervientes oraciones y por las santas comuniones hechas en el día de mi onomástica.
Ustedes son particularmente importantes para mí, por el hecho de que la Inmaculada fue tan buena que me concedió la gracia de sufrir un poco por Ella con tal de llegar hasta ustedes en el otro extremo de Asia y acercarles a Ella.
Estoy muy contento de oír que su número aumenta y les deseo de todo corazón que sobrepase el de los hermanos de la Niepokalanów polaca, dado que Japón es una nación más grande que Polonia.
Les deseo que se acerquen cada día, cada instante más a la Inmaculada; que la conozcan cada vez más perfectamente, que la amen cada vez más, que se dejen penetrar cada vez más por sus pensamientos, sus sentimientos, sus intenciones, su amor a Jesús en el pesebre, en la casita de Nazaret, en la Cruz, en la Eucaristía y en el paraíso; en una palabra, les deseo que se hagan cada vez más semejantes a la Inmaculada y -como Ella- cada vez más inmaculados, de manera que las manchas de pecados y de imperfecciones disminuyan cada vez más tanto en intensidad como en número.
Mis queridos hijos, ámenla cuanto puedan, dirigiéndose a Ella en la oración, sobre todo con breves jaculatorias (“María” u otras) y ofreciéndole sus pequeñas cruces, sufrimientos, humillaciones, dificultades, disgustos y dejándose conducir por Ella en todo lo que Ella quiera mediante la obediencia religiosa y en todo lo que permita a través de lo que no depende de nosotros.
¡Qué dulce será la muerte de aquél que haya sido de veras propiedad suya en la vida práctica y no sólo en teoría, en la repetición del acto de consagración!
Entonces podrán hacer mucho por la felicidad de las almas de sus compatriotas, porque no serán ustedes los que oran, sufren y trabajan, sino Ella misma en ustedes y por medio de ustedes. Les encomiendo a la amable protección de la Inmaculada.
Suyo en la Inmaculada y en el Padre San Francisco.
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El tercero (EK 1284 - Toda gracia es fruto del amor de Dios, Niepokalanów, finales de 1937)
Todo procede del Eterno Padre y vuelve a Él a través del Hijo (Cristo) y del Espíritu Santo (Inmaculada).
– Cada instante (existencia, actividad) en unión con la Inmaculada; pero dado que su unión con Jesús y la de Jesús con Dios Padre es perfectísima, por medio de la unión con Ella nosotros estamos unidos a Jesús y al Padre celestial.
– Esta unión no consiste en el sentimiento, sino que es un acto de la voluntad, realizado una vez y no revocado, aunque uno no piense en ello.
– En la práctica, para no vivir en contradicción con esa consagración es mejor renovarla a menudo (repitiendo la invocación): “María”.
– Con la mirada puesta en la Inmaculada.
– Con la intención de dar gracias al Eterno Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en una palabra a la Sma. Trinidad, por todas las gracias que fueron, son y serán concedidas a la Inmaculada.
– Toda gracia es fruto del amor del Espíritu Santo y de la Inmaculada.
(...)
Inmaculada, criatura limitada, pura, sin mancha.
Nosotros, criaturas heridas, impuras.
– He aquí el fruto del amor constante de Dios a la Inmaculada: Jesús y sus miembros místicos, las almas de los hombres regenerados en Él por el Padre y por Ella (del Espíritu Santo).
– Desde la eternidad el Padre genera al Hijo, mientras que el Espíritu procede de Ambos.
– Ser cada vez más de la Inmaculada, profundizar la pertenencia a Ella y, por consiguiente, abrir cada vez más las alas del amor, sobre todo hacia el Smo. Corazón de Jesús y las manifestaciones de su amor.
El vientre de la Inmaculada, el nacimiento, la infancia en los brazos y bajo la mirada de la Inmaculada, la vida escondida en la casita de Nazaret, la actividad apostólica, la paciencia en la persecución, la pobreza, etc., y la muerte en la cruz y la Resurrección y la Eucaristía.
– Niepokalanów es como la casita de Nazaret.
Dios Padre es el Padre, la Inmaculada es la Madre y la dueña de casa, Jesús en el Smo. Sacramento del altar es el Hijo primogénito y nuestro Hermano. Todos los hermanos menores, por su parte, se esfuerzan por imitar al mayor en el amor y en dar culto a Dios y a la Inmaculada, nuestros padres comunes; mientras que de la Inmaculada aprenden a amar al divino Hermano mayor, el primer ejemplo, el ideal de santidad, que se dignó bajar del cielo, encarnarse en Ella y habitar entre nosotros en el sagrario.
– El mundo entero es una gran Niepokalanów, donde el padre sigue siendo Dios, la madre la Inmaculada, el hermano mayor Jesús, presente en los numerosos sagrarios del mundo, y los hermanos menores los hombres.
– También el paraíso es una Niepokalanów, ya que también allí están el mismo Padre, la misma Madre y el mismo Hermano mayor con su cuerpo.
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El cuarto (EK 1312 - Durante su vida terrena, Niepokalanów, 5-20 VIII 1940).
Llegó también la hora de su ingreso en el mundo. Ella nació en el escondimiento, en silencio, en una pobre casita de un pueblo de Palestina. Ni siquiera los libros sagrados hablan mucho de Ella. En ellos la vemos en la Anunciación cuando se convirtió en Madre de Dios. Seguimos su vida en Belén, donde admiramos el nacimiento de su Hijo, Hijo de Dios e hijo del hombre, en una pobre cueva. Luego la huida, llena de ansiedad, a Egipto. La dura vida en un país extranjero y, por fin, el regreso a Palestina. El hallazgo del Niño Jesús, perdido en el templo. A continuación, la vemos ya al lado de su Hijo en las bodas de Caná de Galilea, donde solicita y obtiene el primer milagro en favor de los jóvenes esposos. Jesús se va para predicar, mientras Ella se queda en su pequeña casa, preocupada por su destino.
(…)
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Termino con otra cita de san Maximiliano. El 14 de junio de 1934 escribía desde Mugenzai no Sono en Nagasaki, a Fr. Cornelio Noskiewicz, en Osimo, para preguntarle por los jóvenes frailes clérigos de Osimo (EK 592). Pensemos que es una carta que, en lugar de a los frailes franciscanos, nos dirige hoy san Maximiliano a vosotros, los mílites de Las Marcas:
“Querría saber además quiénes son los clérigos de Osimo más entusiastas de la causa de la Inmaculada. Me gustaría conocer sus nombres, apellidos, nacionalidad, el año de teología que están cursando y también sus edades. Asimismo, desearía verlos a todos en un grupo fotográfico de todo el Colegio. La regeneración de la Orden es la regeneración de cada uno de los religiosos. La regeneración de los religiosos es su santificación. La santificación es obra de la gracia. Y la Mediadora de todas las gracias es la Inmaculada. Por lo tanto, cuanto más se acerca uno a Ella, tanto más numerosas son las gracias que obtiene. En el Padre S. Francisco hermano y en la Inmaculada co-mílite”.
Escrito por:
Sr. Miquel Bordas Prószyński