"El Inmaculado Corazón de María"

"El Inmaculado Corazón de María"

El Corazón de María es también un corazón humano, muy humano; es el corazón de la Madre: todos los hombres hemos sido engendrados en el Corazón Inmaculado de María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,26). San Juan nos representaba a todos. Porque amó mucho mereció ser Madre de Dios y atrajo el Verbo a la tierra; con sufrimiento y con dolor, ha merecido ser Madre nuestra. El amor a su Hijo y a sus hijos es tan entrañable y tierno, que guarda en su corazón las acciones más insignificantes de sus hijos, hermanos de su Hijo Jesús, el Hermano Mayor.

El Corazón de María representa el corazón físico que latía en su pecho, que entregó la sangre más pura para formar la Humanidad de Cristo, y en el cual resonaron todos los dolores y alegrías sufridos a su lado; y el corazón espiritual, símbolo del amor más santo y tierno, más generoso y eficaz, que la hicieron corredentora, con el cúmulo de virtudes que adornan la persona excelsa de la Madre de Dios.

Su Corazón es la raíz de su santidad y el resumen de todas sus grandezas, porque todos sus Misterios se resumen en el amor. Dios, que creó el mundo para el hombre, se reservó en él un jardín donde fuera amado, comprendido, mimado. Su Corazón y su alma son templo, posesión y objeto de las delicias del Señor. Sólo su corazón pudo ser el altar donde se inmoló, desde el primer instante, el Cordero Inmaculado. Según san Bernardo, Maria “fuit ante sancta quam nata” : “nació antes a la vida de la gracia que a la de este mundo...” No hay un Corazón más puro, inmaculado y santo que el de María. Como el sol reverbera sobre el fango de la tierra, su Corazón brilló sobre las miserias del mundo sin ser contaminado por ellas. Es la Mujer vestida de sol del Apocalipsis (12,1).

La plenitud de la gracia que recibió María, repercutió en su Corazón, en el que no existió la más leve desviación en sus sentimientos y afectos. Su humildad, su fe, su esperanza, su compasión y su caridad, hicieron de su Corazón el receptáculo del amor y de la misericordia. El Corazón de María es el de la Hija predilecta del Padre. El Corazón de la Madre que con mayor dulzura y ternura haya amado a su Hijo. El Corazón de la Esposa donde el Espíritu realizó la más grande de sus maravillas: concibió por obra del Espíritu Santo.

Hay varias páginas de los evangelios que nos dan pie a meditar sobre el Inmaculado Corazón de María y que, por eso mismo, guardan una honda sabiduría y suscitan importantes resonancias para nuestras vidas. Las más significativas las encontramos en los relatos de la infancia de Jesús que recoge el evangelio de san Lucas, el cual, particularmente atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret estaba sujeto a José y a María (Lc 2,51). Y "María guardaba todas estas cosas en su corazón" (Lc 2, 16-21).

"Mi Corazón Inmaculado triunfará": estas fueron las palabras de la Virgen a los niños pastores de Fátima hace más de 100 años. La Virgen manifestó a los niños que Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a su Inmaculado Corazón como medio para la salvación de muchas almas y para conservar o devolver la paz al mundo. La beata Jacinta Marto le dijo a Lucía: "Ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedarás aquí, para establecer la devoción al Corazón Inmaculado de María".

En un cierto sentido, la celebración del Inmaculado Corazón de María es algo reciente, propio de la Iglesia moderna, aunque hunde sus raíces en el mismo Evangelio. Como fiesta litúrgica, fue aprobada oficialmente para toda la Iglesia latina en 1944 por Su Santidad Pío XII. Un importante impulsor de esta devoción, en el siglo XIX, fue san Antonio María Claret, como había hecho antes san Juan Eudes, en el siglo XVII. Trazos previos se pueden encontrar en diversos momentos anteriores, como en un antiguo texto griego atribuido en algún momento a san Gregorio Taumaturgo, donde se dice al comentar un pasaje de san Lucas: "Este corazón es el vaso sagrado de todos los misterios".

 Todos estamos llamados a vivir en una profundidad de vida interior a ejemplo de María, con la que experimentó tanto los gozos como los sufrimientos, y permaneció siempre igual de fiel a Dios. El corazón desarrolla una sinergia, un lazo invisible, pero de irresistible fortaleza que nos une con Dios, con los hombres y con las criaturas.

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